miércoles, 28 de abril de 2010

El rodeo del infierno


(Cristián Berríos)

Soñaba con llevar el pelo largo y recorrer, con una catana en la espalda, diversos pueblos de Chile. La idea era hacerle frente a demonios, cazadores y otras formas malignas.

Irrumpiría en la Medialuna de Rancagua para darle libertad a los novillos. Contemplo, en lo más oscuro del corazón, las cabezas que ruedan sobre la tierra, los ponchos teñidos de sangre.

Ese es el Circo Romano de los patrones que mandaban a arar la tierra y probaban la mujer del campesino en su Noche de Bodas. Es la fiesta de los que abusaban de las niñas a campo traviesa y luego reían ante sus vientres abultados.

Desplazarse como una sombra es el oculto anhelo de los huesos. Liberada a borbotones la destrucción marca a fuego la frente de los puros.


A esos que sacudieron al inocente como pájaro muerto en manos curiosas, para arrancarle una verdad que no existía o por el simple gusto de molerle las entrañas, les caería implacable como la religión que profesan, mientras celebran misas negras en las pupilas.

De que sirve ser mortal si no se puede encarnar al ángel de la muerte. Ustedes llenaron las gradas, les traigo el infierno que claman con sus rostros de ceniza sepultados en carne.

Siempre estará como alternativa el cuidado de los enfermos, la mansedumbre del bosque y el trastorno progresivo del ermitaño, pero el tacto de sus armas, asi como una afeitada sin apuro en relación a un matrimonio de medio siglo, vale por todas las penurias antes de la agonía.

Gastaré mis últimos pesos en un acero liviano como una pluma.

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